Escrito por Alberto Chouza
En un estudio publicado en febrero de 2013 por la revista Scientific Reports se informaba de que investigadores de la Universidad de Duke habían conseguido conectar el cerebro de dos ratas de tal manera que pudieron transmitirse instrucciones, compartir información entre ambas y cooperar. Por otro lado, en una de sus comparecencias públicas Kevin Warwick, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading, afirmaba que en el futuro el cerebro y el cuerpo no tendrán que estar en el mismo lugar. Él mismo se sometió a varios experimentos en el que por medio de un implante colocado en uno de sus brazos fue conectado al ordenador de un edificio. Al entrar en él las luces se encendían solas y se abría la puerta. En otro de los experimentos el implante fue en la muñeca donde se le colocó un chip con el que fue capaz, desde Nueva York y con las señales eléctricas de su cerebro, de mover un brazo robótico en Inglaterra. ¿Ciencia ficción? No, ya es realidad. Y estos ejemplos pueden ser una parte pequeña de muchos de los avances en los que se está trabajando.
En nuestra vida cotidiana actual estamos rodeados de conexiones. Las ondas de radio, las señales de TV, las microondas son invisibles y normales. Ahora existen el Wi-Fi, Bluetooth, navegadores por satélite y una lista cada vez mayor de tecnologías que están todas conectadas por lo invisible.
Pero hay otro tipo de conexiones que van más allá de lo puramente material. Y las personas no somos ajenas a ellas. Existe una conocida leyenda china, en la que se cuenta que un hilo rojo invisible conecta a todas aquellas personas que están predestinadas a encontrarse y a estar juntas, a pesar del tiempo, del lugar y de las circunstancias que la vida les depara a cada vuelta del camino. El hilo existe independiente del momento de las vidas de las personas que vayan a conocerse. No puede romperse en ningún caso, aunque a veces pueda estar más o menos tenso. Es una muestra del vínculo que existe entre ellas.
Todo está conectado
Está científicamente demostrado que el pensamiento, nuestra voluntad, genera una energía que puede ser detectada, lo cual quiere decir que tiene el poder de modificar la energía del receptor, por lo tanto su materia. Las implicaciones de ello en las relaciones humanas son extraordinarias. Sentirnos atraídos o incómodos ante alguien sin que apenas lo conozcamos es algo que ocurre con relativa frecuencia. Hay vínculos que se tejen entre las personas de una manera natural, lo que suele denominarse como vibrar en la misma onda. Todo parece estar conectado. Pero principalmente por aquello que no perciben nuestros limitados sentidos. Es la conexión de lo invisible que, además, tiene pinta de que es la que verdaderamente maneja los hilos. Lo esencial es invisible a nuestros ojos, como nos dice El Principito.
Volviendo a tomar en cuenta conocimientos que nos aporta la ciencia actual, sabemos que la composición de nuestro universo es aproximadamente de algo menos de un 5% de materia visible (es decir, todo lo que podemos ver por los medios más avanzados), un 20% de materia oscura (que sólo podemos detectar por su efecto gravitatorio) y un 75% de la llamada energía oscura, que no sabemos lo que es, pero que empuja a todas las galaxias a alejarse unas de otras a velocidades crecientes. Si hacemos el ejercicio de trasladarlo a las relaciones que se establecen entre las personas que conforman cualquier grupo, empresa, organización o equipo, ¿estaremos muy lejos de manejar los mismos porcentajes? ¿Tan sólo podremos percibir con nuestros sentidos un 5% de lo que pasa?
Tal vez sea más que nunca el momento de utilizar otras capacidades que están en nuestro interior y nos permiten acceder a un porcentaje mayor de la realidad que nos rodea. Capacidades a las que no se accede comprando la última tecnología que llega al mercado, aunque ésta sin duda pueda ser una excelente herramienta para en muchos casos potenciarlas.
Cada vez más voces reconocidas defienden que la intuición es tan válida o más que la razón o que el inconsciente emocional es el que realmente manda en la toma de decisiones. Probablemente como consecuencia de lo invisible. Pero para hacerlo bien es necesario esforzarse en buscar en nuestro interior, descubrir, conocer. No vaya a ser que llevados por la intuición y lo invisible nos pase aquello que decía el político británico David Lloyd: “lo peor que se puede hacer es querer cruzar el precipicio en dos saltos”.